VIH, esta no es una historia más.
Rosa es una mujer entrada en los 65 años. Es bajita, pero muy fuerte, no sólo de carácter, sino en fuerza física. Tiene una cabellera larga, negra. Siempre se hace una trenza. Su arreglo es impecable.
Estuvo casada 35 años con el mismo hombre: Luis. Un hombre digno merecedor de que lo llamaran «Don Luis». Fue el padre de sus tres hij@s: dos mujeres y un varón.
Don Luis era de esos hombres que ya no hay, dirían por ahí. Un hombre recto, honesto, noble, trabajador, responsable, que no tenía vicios, no bebía ni fumaba. Iba de su trabajo a su casa. Todos los días. Su esposa e hij@s eran los más importante para él.
A Rosa se le iluminaban los ojos cuando se refería a Don Luis. «Qué suerte tuve de encontrarle», decía siempre.
Todo mundo lo tenía en un altar. En el pedestal más alto, y claro que se lo merecía.
Hace 5 años, Don Luis murió. Enfermó «de la nada», lo internaron en un hospital y se fue en dos semanas.
Obviamente, todo mundo le lloró. No se diga de Rosa. Ella sintió que la vida se le iba junto con su marido muerto. Los vecinos lamentaban la pérdida y cómo no, si aquel era un santo que sólo vivió para su familia. Incluso, después de jubilarse, siguió trabajando. Nunca se detuvo.
De aquello ya pasaron 5 años…
«Nunca le fui infiel»
Como les decía, Rosa estuvo casada 35 años con Don Luis. Para ella, no existió más hombre que aquel con el que compartió sus mejores años. Al que se entregó por primera vez, el padre de sus hijos. Su único amor.
Don Luis era un ejemplo.
Hace 4 años que Rosa se enteró que tiene VIH.
A los pocos meses de que falleció su esposo comenzó a enfermarse seguido. Gripes que duraban semanas, diarreas continuas, cortadas o rasguños que tardaban en sanar, dolor en los ganglios.
Todo eso alarmó a su familia. Rosa era sinónimo de salud. Jamás se enfermaba y ahora, «de la nada» su salud empeoraba.
Vinieron los estudios y una mañana le dieron la noticia: tenía VIH.
No entendía. El doctor tuvo que explicarle qué enfermedad era esa. Rosa era originaria de un pueblito de Veracruz, apenas y había terminado la primaria. Nada sabía del VIH.
Cuando el doctor le explicó con detalle dejó de escuchar, sólo oía que el doctor hablaba, era como esas escenas de cine, cuando todo se vuelve mudo, pero los personajes hablan. Ella estaba así.
El doctor sacaba folletos y le explicaba sobre el sistema inmunológico, sobre los antiretrovirales. Nada escuchaba. Volteaba a ver su hija que le rodaban las lágrimas, y veía a su hijo apretando sus puños.
Rosa seguía sin escuchar cuando el doctor le dijo que era muy seguro que su esposo, «Don» Luis, la había contagiado.
Entonces le regresó el alma al cuerpo. Recuperó el aliento y lo volvió a perder cuando el doctor le explicó las formas de contagio.
Le rodaron las lágrimas. Recordó cuando conoció al que fue su compañero durante 35 años, el padre de sus hij@s. Cuando le propuso matrimonio. Recordó su boda, los aniversarios juntos, los viajes, la casa que construyeron juntos con esfuerzo y trabajo…
Por su mente desfilaron todos y cada uno de los más bellos recuerdos que vivió con aquel hombre que la hizo inmensamente feliz y quien la condenó a vivir enferma de por vida.
Su hija no dejaba de llorar. Su hijo comprendió rápido cómo se había contagiado su madre. Rosa no sabía qué sentir.
El pedestal donde tenía a ese «santo hombre» se había caído, no sólo para ella, sino también para sus hij@s.
Vivir al día
Desde hace 4 años que Rosa toma antiretrovirales. Desde hace 4 años debe cuidar su salud como a nada en el mundo. Una gripe mal atendida puede convertirse en neumonía. Una diarrea puede deshidratarla rápidamente.
Su vida dio un giro total y, dado que su salud se tornó complicada, vinieron las preguntas de la gente que la rodeaba. Entonces hubo que pensar en una explicación.
Rosa tenía vergüenza. Sus hij@s, también, pero, les invadía la rabia y la impotencia de la injusticia que estaban viviendo. No era justo.
Rosa siempre le fue leal a Don Luis y éste, sabiendo que tenía VIH nunca dijo nada. Calló y con su silencio condenó a Rosa para siempre.
Para los conocidos, Rosa padece de hipertensión. Para su familia, no hubo más que sinceridad.
Hoy, vive al día. Cocina, vive de ello. A veces tiene semanas buenas donde ni se acuerda que está enferma, pero, hay otras, en las que llora profundamente por lo que significa el VIH para ella: el engaño de un hombre al que le confío todo, incluso su vida.
Ya lo perdonó…