Siento un hoyo en el estómago, profundo. Mi espalda se llena inmediatamente de hielitos, siento perfectamente cómo empiezo a sudar. Escucho los acelerados latidos de mi corazón.
Esto no está nada bien, mi conductor de Uber no me escucha, se mete en calles que no conozco. Está solitario. No sé dónde estoy…
¡Me va a matar, me va a matar!.
***
Cuando entré a trabajar donde laboro actualmente, recuerdo que la gente que me conoce me dijo casi, al unísono, que era muy peligroso porque iba a salir todos los días tarde, y con tarde me refiero a después de las 10 de la noche.
Al menos tres veces a la semana debía tomar taxi. Los demás me las arreglaba en Metro.
Sabía que sería difícil, pero yo acepté el trabajo que me estaban proponiendo. Desde ese primer día hasta ahora ya pasaron 5 años.
Me he acostumbrado a mis horarios, cuando salgo la mayoría ya está en su casa, casi para ir a dormir. Yo no. Cuando alcanzo Metro llego a casa cerca de las 11:30, a veces a las 12. No está lejos la estación de mi casa, de hecho se localiza enfrente. Aun así siempre llevo mi teaser en la mano.
Los días que salgo «más tarde» ya es de madrugada y, por obviedad, tomo taxi. Me hago unos 30 minutos. No abordo taxis de la calle, sino mediante una app, Uber para ser precisa.
Llevo 5 años con la aplicación. No he tenido problemas. A veces, los conductores me dan confianza y platico con ellos. Otras, sólo los saludo al inicio y al término del viaje.
Hoy salgo no «tan tarde», es la 1:30 de la madrugada. Como es costumbre pido mi Uber antes de salir de la empresa. Hasta que la app me notifica que la unidad ya está abajo, entonces yo salgo.
Los guardias de seguridad siempre me abren la puerta del taxi y me desean buenas noches.
Siempre, siempre, aunque el conductor me «dé confianza», llevo mi teaser a la mano. Ésta no es la excepción.
Saludo al conductor y le digo a dónde vamos y le indico claramente por dónde. El chofer me pide que me ponga mi cinturón de seguridad.
No me gusta la idea. Sí, ya sé que me escucho mal, pero esta cultura machista y violenta hacia las mujeres me ha enseñado que ponerme un cinturón de seguridad es un arma de dos filos: me puede salvar la vida en un accidente o, puede ser mi sentencia de muerte si me toca un violador-asesino por chofer.
Decido ponérmelo. El conductor inicia el viaje y yo como por inercia comparto mi viaje con mi pareja. Siempre lo hago. El conductor me empieza a comentar sobre el desabasto de gasolina y las filas que ha tenido que pasar para seguir trabajando. Lo escucho fastidiado.
Todo marcha bien, todo hasta que veo que empieza a orillarse del lado contrario del que le estoy indicando.
Le digo que vamos a dar vuelta del otro lado. Ni siquiera asiente con la cabeza. Estamos en un alto. El semáforo tintinea de amarillo a verde, el auto avanza y da vuelta en la dirección opuesta a donde le dije.
No, no, no. Esto no está bien. Le hablo en voz firme y molesta, le recalco que por ahí no es, que debimos dar vuelta donde le indiqué. Me responde que el navegador le señala que era por ahí, pero que más adelante buscará un retorno.
Llevo 5 años haciendo el mismo camino, la misma ruta. Sé perfectamente que no hay ningún retorno. Quiero mantener la calma, pero me cuesta trabajo. Avanza y yo sólo veo en el navegador que nos vamos alejando de mi destino.
Me empiezan a sudar las manos. Le vuelvo a decir que no es por ahí, le reclamo por qué no sigue mis indicaciones. No me contesta, sólo sigue manejando. Estoy totalmente en alerta.
Trato de respirar tranquila, en mi mente pasan miles de posibilidades, todas fatales, por supuesto.
En silencio me quitó el cinturón de seguridad. Mando por WhatsApp mi ubicación en vivo a mi pareja. Le escribo. Nada, no hay respuesta. Le marco, suena. Nada. Vuelvo a marcarle. Nada. ¡Rayos! Debe ser una broma, me repito. No puedo tener tan mala suerte.
Ya estoy alterada. Le digo que pare, que me quiero bajar. No hace caso, sigue manejando
Siento un hoyo en el estómago, profundo. Mi espalda se llena inmediatamente de hielitos, siento perfectamente cómo empiezo a sudar. Escucho los acelerados latidos de mi corazón.
Esto no está nada bien, mi conductor de Uber no me escucha, se mete en calles que no conozco. Está solitario. No sé dónde estoy…
¡Me va a matar, me va a matar!
Qué hago: ¿me pongo a gritar y a golpear el vidrio? El seguro del auto está abajo, no puedo aventarme al arrollo vehicular. ¿Y si le doy un buen choque con mi teaser? ¡No, cómo crees, nos podemos salir del carril, chocar o estamparnos, me respondo de inmediato.
¡Qué hago, Dios mío, qué hago!
Nos toca un alto y vuelvo a repetirle que pare, que me voy a bajar. Entonces me responde que no, que ya casi llegamos.
Vuelvo a sentir frío, pero esta vez en el corazón. ¡Me va a matar, me va a matar!, vuelvo a repetirme en mi mente.
Da vuelta, sale a una avenida grande. La reconozco. No estoy cerca de la casa, pero sí sé cómo irme de ahí.
Nos toca otro alto, baja su vidrio y entonces se botan los seguros. No lo pienso dos veces, abro la puerta y salgo corriendo.
Trata de detenerme, pero yo salgo a prisa. El semáforo cambia, yo corro. Me grita. No lo escucho.
Sigo corriendo. Hay autos, seguramente pensarán que estoy loca, y quizá sí, pero viva.
Veo un Oxxo, le toco a la señora. Le digo que me ayude, que mi Uber me quería hacer algo. Duda unos segundos, pero me deja entrar. Soy un manojo de nervios, no dejo de temblar y llorar. Me dice que me calme y me prepara un té. Yo sigo llorando.
Busco mi teléfono, no lo encuentro. Seguramente se me cayó cuando salí corriendo o quizá lo tiré en el camino. La señora me presta uno. Le marco a mi pareja, esta vez sí contesta. Le explico. Viene por mí.
Me dirijo al MP a presentar una denuncia. Tardo 2 horas para que me atiendan. El señor que toma mi declaración me pide santo y seña del conductor. Le digo que debe ser entre 40 y 50 años. Alto, medio calvo, de lentes de pasta. Robusto.
Me pide las placas, le digo que perdí mi teléfono. Hace una mueca de desagrado, pero le digo que seguramente me llegará la factura a mi correo. Siento que no me cree.
Al poco rato mando queja a Uber y me contestan que lamentan la situación, pero que ellos sólo prestan su plataforma a los conductores. Que lo único que pueden hacer es que bloqueen al chófer de mis próximos viajes para que no vuelva a coincidir con él… En el MP me dicen que van a investigar.
Ya pasaron 3 semanas… Sigo sin poder dormir bien… Aún tengo miedo.