Es miércoles, hoy hay tianguis. Voy por verduras, fruta y haber qué más veo.
«Pásale, ma-maciiita», grita el de la verdura picada. Sigo caminando.
Compro más adelante jitomate, tomate, chiles, cebolla, ajos, zanahorias, elotes, papas y calabazas.
Veo al muchacho de la fruta. Escojo una papaya, llega otra clienta y le pregunta si están buenas, él responde:
«Están como a mí me gustan, chiquitas, pero jugosas y sabrosas». Suelta la carcajada. Decido irme. Compro en otro lado, con una señora.
Casi al final del tianguis escucho un grito: «Chaparrita, aquí estoy, mira mis aguacates, están duritos, eh». Ni volteo a verlo.
Pasan tres horas, ya voy tarde. El tren venía muy lento y ya voy retrasada 20 minutos. Me bajo del Metro y decido tomar un taxi. Ni modo, un gasto extra.
Le hago la parada al primero que veo. El conductor es un señor entrado en los 45, me saluda amable y me pregunta hacia dónde voy.
No pasan ni 5 minutos y me suelta «no debería andar solita, se la van a robar», siento un nudo en el estómago, apenas y sonrío. Quiero bajarme, pero, no, ya quiero llegar a mi trabajo.
Se me hacen eternos los 15 minutos de trayecto. El conductor sigue hablando de que las mujeres no deberíamos salir solas, «no todos los hombres son caballerosos como yo». Yo sólo miro el reloj.
Llego a mi destino. Pago y doy un gracias a secas. Aquel me «avienta» un beso y me dice «fue un placer, preciosa».
En la hora de la comida se me acerca un compañero de trabajo: Fernando. Me pregunta si iré a algún lado, le muevo la cabeza negativamente y me dice «es que vienes vestida como para ‘pasarla bien'» y si es así, yo me apunto».
De nuevo mi sonrisa a fuerza. Nota mi molestia-incomodidad y se va.
Me apuro a comer porque tengo que pasar a Recursos Humanos para pedir mis vacaciones. Llego, aún está el que las tramita. Me saluda amablemente, realizo el trámite y me voy. De reojo me percato que me mira el trasero… Como siempre.
Voy a archivo, me encuentro con el señor que hace oficios y saca copias. Me saluda y me aprieta el hombro como si fuera un masaje. No me gusta. Lo esquivo y le digo que ando de prisa.
En la oficina mis compañeros hacen chistes, de pronto uno suelta: «mi vieja casi me cacha unos mensajes con otra chava, ¡fiu!».
Una compañera le cuestiona «te pasas de listo, pero llegará el día en que te pague con la misma moneda».
Él le responde: «si eso pasa, la mando a chingada, pero no creo, la ‘tengo muy contentita'» y hace un ademán soez.
Me dan ganas de vomitar. Me siento y me apuro para no dejar pendientes.
Salgo, son las 9 pm. Camino al Metro con dos compañeras, siempre caminamos a prisa.
Hay una bolita de hombres en la esquina. Arriba hay un bar. Siento frío y un nudo en el estómago. No lo dicen, pero ellas también. Caminamos más a prisa. Se escuchan chiflidos. No volteamos.
Llegamos al Metro. Un poco sudorosas, corremos, ahí viene el tren. Viene lleno. Nos colocamos juntas. Siempre lo hacemos.
Un viejito no deja de mirarle las piernas a Ana María, ella trata de cubrirse con su abrigo. Yo lo miro con reclamo. Se da cuenta, se ríe. Yo no. Voltea la mirada para otro lado. Ana María me sonríe.
Primero baja Rocío. Cuatro estaciones adelante, Ana María. Yo soy la última. Son las 10, me fijo qué personas vienen detrás de mí, había dos tipos que no me dieron buena espina.
Salgo de la estación. A fuerza debo cruzar un puente peatonal. Adelante de mí vienen dos señoras, camino más rápido para alcanzarlas e irnos acompañadas.
Caminan despacio, las rebaso. Bajo las escaleras y me dirijo a mi cuadra, donde está el edificio donde vivo.
Escucho pasos detrás de mí. Son los tipos que vi en el Metro. Siento otra vez el nudo en el estómago, ganas de vomitar. Mi corazón se acelera. Escucho mis latidos.
Llego a la entrada. No le atino a la cerradura. Ellos vienen más deprisa. Se me caen las llaves, las levanto rápido y entro.
Afuera se escuchan carcajadas. «Viste cómo se asustó», le dice uno al otro. Ríen, mientras caminan.
Llego a mi departamento, me tiro en el sillón y comienzo a llorar. Mi gato me ronronea.
El fin de semana es prácticamente igual, no salgo, me quedo viendo series. El lunes todo marchaba igual, excepto por una noticia. Ana María fue asesinada.
El viernes nunca llegó. La encontraron asesinada a 10 minutos de su casa, en un parque.
Fue violada, según los reportes, por dos hombres. Tenía un fuerte golpe en la cabeza, suponen un fierro o un objeto muy pesado. Le facturaron el cráneo. Estaba semidesnuda, tirada en el pasto.
No hay sospechosos.
Me falta el aire. Mis pies me pesan al enterarme de la noticia. Lo último que recuerdo de Ana María fue su sonrisa, su largo cabello lacio y el lunar en forma de corazón que tenía en el cuello, por él la reconocieron.
Mañana empiezan mis vacaciones…
***
Según la ONU, en México, cada día son asesinadas 9 mujeres.
Seis de cada 10 mexicanas han sido víctimas de algún episodio de violencia a lo largo de su vida.
El 41.3 por ciento de las mujeres ha sido víctima de agresiones sexuales.
De enero de 2015 a octubre de 2018, 11 mil 255 mujeres fueron asesinadas en el país.