La vi parada frente al espejo mirándose con detalle. Con sus manitas trataba de jalarse sus pechos hacia arriba, como para mantenerlos casi en la garganta, firmes.
Luego los soltó y se tomó, nuevamente con sus manitas, las nalgas, las subió e hizo una mueca de disgusto.
Se levantó el cabello y se hizo una cola alta y empezó a hacer gestos, cerraba los ojos y levantaba los labios como queriendo un beso.
Se pintó los labios con mi tinta roja y se puso un poco en las mejillas. Se parecía a la niña esa que vivía en las montañas con su abuelo.
No se dio cuenta que estaba ahí. Paradita. Mirándola.
Sacó un vestido de mezclilla azul, se lo puso en su cuerpo delgado. Le quedó grande, por supuesto. Tomó mis zapatillas rojas y metió sus piecitos en ellos. Apenas dio un paso y se cayó, entonces me vio.
Se puso pálida, imaginó el tremendo regaño, el castigo, pero no. No hice nada de eso, sólo le pregunté por qué lo hacía y me dijo: «es que quiero crecer ya».
Mi hija tenía 11 años. Ya no era una niña claro, había empezado a menstruar hacía 8 meses, su cuerpo estaba cambiando.
Yo entendía todo eso, alguna vez también me puse la ropa de mamá, sus zapatos. También quise caminar con aquellos zapatos de princesa y lo único que logré fue un chichón en la rodilla.
Mi mamá se rió de mí cuando me vio y me dijo que no apresurara las cosas, que todo llegaba en el debido momento.
Y ahora yo ahí estaba, diciéndole lo mismo a mi hija, pero a diferencia de mí que sonreí ilusionada, ella frunció el ceño y me dijo algo que me dejó congelada.
«No, es que yo ya quiero hacer lo que las mujeres grandes hacen».
«Y qué hacen según tú», le pregunté.
«Se acuestan con los hombres», me soltó.
Ya imaginarán mi cara. Aquella sonrisa inocente que tenía cuando la vi tratando de caminar en mis zapatillas desapareció de inmediato.
«Acostarse con los hombres». ¡De dónde aprendió eso!
Alberto (su padre) y yo siempre tenemos mucho cuidado cuando tenemos relaciones. Cerramos la puerta, tratamos de no hacer ruido.
¿Acaso nos vio? ¿Dónde vio algo así?
No quise hacer un drama de aquello, pero sin duda me dejó pensando y mucho.
Mi hija tenía 11 años. Está en 6° grado. El año pasado todavía escribió carta a Los Reyes Magos.
Empecé a observarla, a tratar de entender de dónde había sacado aquella respuesta.
Me di cuenta que las generaciones recientes enfrentan un grave problema con el bombardeo constante en todos lados que reciben de la sexualización y no estoy hablando de educación sexual, la orientación o la ideología de género, temas que me parece son necesarios y deben de enseñarse desde pequeñ@s justamente para crear conciencia respecto al cuerpo, a las relaciones sexuales, al embarazo adolescente y a la transmisión de enfermedades, entre otras situaciones.
No, yo me refiero a que l@s menores reciben el mensaje constante de que su valor está dado por las opiniones que otras personas tengan de sus cuerpos y lo que sexualmente pueden hacer con ellos.
Se han dado cuenta que a cualquier hora del día las y los niños están propens@s a contenido sexual.
En la televisión, en las redes sociales, en escuela misma, con l@s demás compañer@s.
Me di cuenta que las amigas de mi hija ya tenían celular con Internet, que ya tenían cuenta de Facebook, Twitter, Instagram, Snapchat y hasta estaban en ¡Tinder!
Hablaban con chicos mayores, 16,19 años, que ya no querían jugar precisamente a las muñecas.
Era claro que mi hija quería encajar en su grupo de amigas. Quería ser aceptada, aunque eso implicara que dejara de ser ella misma.
Comencé a ver mi entorno. Mi familia, la de mi esposo, a l@s vecin@s.
La mayoría de mis vecin@s niñ@s ven con sus padres las series del momento: El señor de los cielos, Falsa identidad, Las buchonas, si es que hay televisión de paga, si no, ahí estaban viendo La rosa de Guadalupe, las novelas de las 6, 7, 8, 9 de la noche, la serie de Alejandra Guzmán o de Jenni Rivera.
Lenguaje soez, contenido sexual casi explícito, ideal de ser narcotraficante o la amante de un capo.
De música escuchaban a Maluma, Bad Bunny, Ozuna, JBalvin y un montón de nombres de artistas que cantan reguetón.
La constante era que la familia estaba distante, ausente del crecimiento de l@s niñ@s. Mis vecin@s no se preocupan por ver lo que sus hij@s publican o buscan en redes sociales.
Usted, sabe con quién habla su hija, su hijo.
Y bueno, mi hija tiene 11 años, pero tengo una vecina que viste a su hija como ella. Si ella trae falda, le pone una a su hija con zapatos con mini tacón. Le pinta las uñas, los labios y una bolsa, donde carga su iPad. Sí, mi vecina de 5 años tiene su propia tableta.
Mi hija tenía prisa por crecer, por tener unos senos tipo bola, duros, que no se movieran, además de unas nalgas enormes.
Cómo ayudarla, decirle que, aunque suene trillado, todo llegará en su momento, ni antes ni después.
Como sociedad, adult@s que somos, todos tenemos la responsabilidad de enseñar a las niñas y los niños que el cuerpo es propio y debe ser respetado, para que así sepan identificar cuando alguien intente acosarl@s.
De igual forma debemos hablarles sobre todo lo que implican las relaciones sexuales a temprana edad.
Nuestro país tiene una tasa de embarazo adolescente muy alta, 10 mil niñas de entre 10 y 14 años fueron madres en 2017, en México.
Normalizamos tanto la sexualización a temprana edad que no nos damos cuenta que estamos orillando a nuestras hijas e hijos a tener relaciones sexuales a los 10, 11 años cuando a esa edad deberían estar jugando, disfrutando su niñez.
¡Qué rayos estamos haciendo!
VER: No son las faldas, es lo femenino
VER: Las malas madres