Mozo, sírveme la copa rota…
Cuando era pequeño, el hablar sobre bares y cantinas era una especie de sacrilegio en la familia.
Definidos como “lugares de perdición, lleno de borrachos y gente de la peor calaña” , estos lugares de arrabal y malevaje fueron un misterio durante mi infancia y parte de mi adolescencia.
La mayor cercanía que tuve de ellos, como muchos de mi generación, se limitaba a hilarantes escenas del cine mexicano (desde la llamada “edad de Oro” hasta el “cine de Ficheras”) que ocurrían en estos lugares.
Fue hasta mi ingreso a la universidad que, de manera insospechada, mi papá me invitó a una cantina que se volvió icónica en mi juventud: la famosa “Dos Naciones”.
Dos Naciones, museo de tragos y arrabal
Entrar en este lugar era algo cómico-mágico-musical.
En segundos, me transporté a un lugar donde el tiempo se ralentiza mientras degusto buenos tragos y buenas botanas.
Porque eso sí, podías echar el trago a gusto, pero si llegabas en horario familiar, también eras complacido con una comida de reyes.
Ahora que si lo de uno era “vivir de noche” el piso superior de este lugar era propicio para visitar, y de paso, imaginar cómo era el México de los 70 con las chicas que “fichaban” al mejor postor mientras las orquestas tropicales amenizaban el lugar.
Básicamente, podías armar tu propia escena de alguna película en la que compartirías créditos con Luis de Alba, Alberto Rojas “El Caballo” o Alfonso Zayas (a quien le hicieron un homenaje en este peculiar lugar).
Los parroquianos y la lucha por la mejor botana…
Cuenta la leyenda que término “parroquiano” no inició precisamente en los lugares santos, sino en estos lugares de bohemia que competían por su clientela de la mejor forma posible: a través de sus platillos.
En los buenos tiempos, los parroquianos tenían hasta 20 opciones culinarias (sin albur) para escoger cada vez que visitaban estos lugares.
Sin embargo, y tristemente, estos lugares se encuentran en peligro de desaparecer, como ya pasó con el “Dos Naciones” debido a la gentrificación del Centro Histórico de la Ciudad de México, a pesar de los 70 años de historia que se podían descubrir en sus paredes, sus bebidas y sus botanas.
Adiós cantinas
No obstante, aún existen lugares de bohemia que aún resisten las embestidas de estos nuevos tiempos en los que la paranoia y la psicosis por estar haciendo algo, menos estar tranquilo, pareciera que nos han hecho olvidar lo importante que es detenerse un momento, disfrutar una buena comida o un buen trago, y decir ¡salud! sin que nos importe lo que está pasando a nuestro alrededor.
Aunque sea por un momento.