A mi edad, 40 años, había hecho todo lo que había planeado. Tenía una carrera, posgrados, un extraordinario trabajo.
Tenía a mi hija que, a pesar de haberla parido cuando yo tenía 20 años, nunca significó un obstáculo para mí.
Gozaba de excelente salud. Estaba feliz, plena, con una pareja que estaba codo a codo conmigo cuando descubrí que estaba embarazada.
¡Cómo podía ser!. Hace 10 años que me operé, pero sí, estaba embarazada.
No dudé un instante. No quería ese embarazo. No me iba a regresar a mis 40 años a cambiar pañales y empezar otra vez. No tenía deseos de convertirme de nuevo en madre.
Le comuniqué a mi pareja lo que pasaba, me preguntó lo que deseaba hacer y le respondí que iba a interrumpir el embarazo. Lo aceptó. Respetó mi decisión.
Busqué información y acudí a una clínica particular, me programaron cita al día siguiente y realizaron el procedimiento. Tenía 10 semanas.
Salí de la clínica en dos horas y al tercer día retomé mis actividades.
No me arrepiento.
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No quería ser madre
Era la mejor alumna de mi generación. Fui educada en una familia tradicional-católica. Estudié gran parte de mi vida en instituciones dirigidas por monjas, así que el aborto era un pecado para mí.
Cuando entré a la universidad, pública porque así lo decidí, mi perspectiva de la vida se enfrentó a muchos tabúes. A mí lo único que me interesaba era estudiar y sacar excelentes calificaciones. Y así fue.
En el último semestre organizaron una serie de fiestas para recaudar fondos y pagarnos, sin ayuda de nuestros padres, unas playeras que usaríamos el día de la graduación.
Fui a todas las fiestas. Me divertí mucho. Bebí poco y bailé o, al menos eso intenté. En todas ellas estuve platicando con un chico de la carrera de Derecho, primo de unos de mis compañeros de la generación.
Los dos estábamos convencidos de la importancia de seguir estudiando. Me platicó de sus planes y yo de los míos.
En la última fiesta estábamos muy contentos. No bebimos, pero sí nos besamos y nos acariciamos. Decidimos irnos de la fiesta. Fuimos a un hotel de por ahí.
Sí, quedé embarazada. Enterarme fue un shock. Tenía miedo, vergüenza, culpa. Lo hablé con él, me dijo que se haría responsable, que lo cuidaríamos juntos, pero no. Yo no quería ser madre, tenía planes y en ellos no estaba por ningún lado convertirme en madre.
No compartió mi decisión. Me dijo que estaba mal, que era un asesinato. Pero yo seguí. Mi hermana me acompañó a una clínica del gobierno la Ciudad de México.
Tenía ocho semanas. El procedimiento fue a través de una pastilla. Dolió un poco más que unos cólicos menstruales, cuando lo expulsé me di cuenta que no era un ser humano como decían muchas personas. Era una bolita como de grasa, llena de sangre.
No seguí con aquel chico, de hecho, no lo volví a ver. Ahora estoy estudiando mi maestría… No me arrepiento.
Casi muero…
Tenía 26 años, ya tenía un niño de 3 años. El padre de mi hijo se hacia responsable económicamente de él. Yo trabajaba y estudiaba un diplomado.
Conocí a alguien. José me arrebataba el aliento cuando lo veía. Fue una revolución en mi vida. Una relación muy intensa.
Adoraba a mi Hijo. Jugaba mucho con él. Llevábamos una relación tranquila, estable… hasta que quedamos embarazados.
Siempre nos cuidamos, pero el «siempre no es cien por ciento seguro». Él no quería ser padre. Fue muy enfático al decirlo. Yo tampoco. No quería otro hijo… No, ahorita.
Mi mejor amiga me acompañó a la clínica. Estuvo conmigo. Incluso cuando «pasó».
Tenía 12 semanas, estaba en el límite. Me tomé la pastilla. Ese día tuve cólicos todo el día. Sangrado, que se extendió tres semanas.
No dejaba de sangrar, entonces me di cuenta de ese olor. Era un olor a podrido. Me asusté. Mi amiga me llevó a la clínica. Me atendieron de inmediato. Llevaba 39° de temperatura.
La placenta nunca la arrojé, una parte se quedó pegaba a mi útero y es lo que olía a podrido. La sangre no era por el aborto, sino consecuencia de la espantosa infección que tenía.
Estuve internada una semana. Casi muero y, a pesar de ello, no me arrepiento.
Tiempo después, José y yo terminamos. A los cuatro meses, me enteré que él sería padre con su actual novia…
Me violó mi pareja
35 años. Desde hace ocho vivía en unión libre con mi pareja. Él quería hijos, yo no. Lo aceptó o, eso creí.
Un día estaba muy preocupada porque no me bajaba, raro en mí, porque soy un relojito.
Pensé»ya bajará». Pero comencé a tener ascos casi por todo y mareos. Entonces sospeché, pero lo descarté de inmediato ya que me había peleado con mi pareja y llevábamos poco más de un mes sin tener sexo.
Aún así, no me quedé con la duda y entonces confirmé la sospecha: estaba embarazada. No podía creerlo. Traía el implante en mi brazo. Mi pareja usaba condón.
Se lo platiqué y se puso contento, ahí ya no me cuadraron las cosas y entonces me confesó que «tuvimos sexo» hace un mes y lo pongo entrecomillas porque yo no me enteré.
Me dio pastillas para dormir. Y entonces lo hizo. Sí, mi propia pareja me violó. Cuando se lo reclamé, me argumentó que no era violación porque él y yo éramos pareja y que sí, estaba dormida, pero que él me había tratado con «mucho amor».
No podía creer lo que me estaba diciendo. Me enfadé demasiado. Lo denuncié por violación, cosa que no procedió porque nunca pude probar que empastilló y se aprovechó de mí.
En el MP me dijeron que pues ya disfrutara de mi «bendición» que no tenía la culpa.
Aborté. No quería ese embarazo y así fue. Me separé de mi pareja y seguí con mi vida. No me arrepiento.
Hice lo correcto
Cuando me enteré que estaba embarazada sentí miedo. No estaba segura. Fue un embarazo que no deseé ni mi pareja.
Tenía 30 años. Ambos tomamos la decisión de no seguir con el embarazo. Llevaba poco más de dos meses.
El proceso fue doloroso en todos los sentidos. Al llegar a la clínica me abordaron inmediatamente gente de Provida, me dijeron que lo que iba a hacer no era correcto, que era un pecado. Que el «bebé» iba a sufrir mucho.
Me llevaron a un «consultorio» que montaron enfrente de la clínica. Me realizaron un ultrasonido y se veía un bebé formado. No era posible. Yo me había practicado un ultrasonido un día antes y apenas y se veía una bolita.
Resulta que el ultrasonido no era mío, me lo dijo la señora de la papelería cuando salí molesta de ese «consultorio».
«No les creas, utilizan un ultrasonido de un embarazo de 4 meses. Lo hacen para asustarlas, lo mismito le hicieron a mi nieta», me dijo.
Me fui a la clínica.. Ahí conocí a muchas mujeres que iban a lo mismo que yo. Todas diversas. Todas con sus razones. Sus dolores. Sus amores. Sus lágrimas y, sobre todo, con su valor.
Mujeres adolescentes de 14 años mujeres como Sandra, que tenía 45 años y definitivamente no quería otro hij@. Ya tenía tres.
También estaba Alicia, quien a pesar de estar en riesgo su vida los doctores del hospital donde se atendía en Chalco, Estado de México, se negaron a interrumpir el embarazo.
También estaba Juliana a quien le dijeron que no la iban a atender porque hacía 6 meses que ya se había practicado una ILE: Interrupción Legal del Embarazo.
Y ahí estaba yo, con todas esas historias frente a mí, con la mirada inquisodora de una enfermera que nos repetía una y otra vez que lo que estábamos a punto de hacer era «antinatura», pero, también con el acompañamiento que nos dimos entre esa veintena de mujeres que estábamos firmes y dignas, sí, dignas, en nuestra decisión.
El proceso de expulsión fue doloroso. Tuve cólicos, contracciones que literalmente sentí que mi cadera se iba a romper. Sudé mucho y sí, también lloré.
No me arrepiento ni un sólo segundo de mi vida de esa decisión.
No estuve sola, mi pareja estuvo conmigo todo el tiempo, mi familia, mis amig@s.
Pero sabía que era una experiencia que no quería volver a vivir jamás y que no le deseo a ninguna mujer.
Mi cuerpo, mi decisión
Estos días, en los que se ha desatado toda una polémica por el tema de aborto me ha asombrado la cantidad de personas que se han pronunciado en contra, como la senadora Lilly Téllez, quien se enfureció porque sus compañeras de bancada, Morena, le colocaron un pañuelo verde, símbolo del movimiento a favor del derecho a decidir, en su curul.
Quienes están en contra alegan que no es una cuestión de religiones, sino de derechos humanos. Curiosa su respuesta, pues si fuera así, entonces estarían en contra del aborto aun en casos de violación, porque «aquel ‘bebé no nacido’ es inocente».
Pero no, la verdadera razón sí tiene un trasfondo religioso y la negación rotunda de que las mujeres decidan si quieren o no ser madres.
Lo he dicho muchas veces, en una sociedad machista como la nuestra, a pesar de las batallas ganadas, seguimos pensando que mujer es igual a madre en un futuro, y no es así.
Las mujeres no somos las responsables de la existencia humana o de su desaparición. No somos incubadoras de nadie.
Tenemos el derecho a decidir libremente sobre nuestra vida sexual y reproductiva. Nadie más puede decidir sobre nuestros cuerpos.
Basta ya de acusarnos de calenturientas, de putas, dejadas, pendejas irresponsables por no exigir que los hombres usen condón.
Las mujeres no tenemos embarazos por generación espontánea. No nos embarazamos por abrir las piernas y aun así somos culpabilizadas en todo momento, mientras que los hombres son eximidos de cualquier responsabilidad.
La maternidad debe ser una elección no un destino por ser mujer. Los embarazos deben ser deseados y esperados.
Todas las mujeres embarazadas merecen ser acompañadas, amadas, cuidadas, atendidas en un sistema de salud de calidad, digno y en completa armonía, pero si no es así, si no deseamos un embarazo, si no lo queremos, si no tenemos las condiciones necesarias para traer una persona más a este mundo o por la razón que tengamos para no querer ser madres, el aborto es nuestra elección y tienen que respetarla.