Decidimos cómo vivir. Y también (debiéramos), al menos, decidir cómo no morir, porque morir y morir dignamente no son lo mismo. Vaya, ni remotamente.
Yo pedí muchas veces que muriera mi hija. Deseaba que pasara.
Se lo pedí a todos los santos y a todas las vírgenes y a todos los dioses y las diosas, a la vida misma.
Yo quería que ella muriera porque la amaba demasiado.
La amaba como jamás podré amar a nadie más y no podía permitir que la muerte le arrebatara la dignidad, no podía.
El cáncer había invadido su fortaleza, su sangre… todo. El dolor superaba el significado de dolor. No había medicamentos ni drogas ni rezos ni plegarias que la ayudaran. Nada.
Y yo la amaba tanto que pedí que muriera.
Me leo y sé que me escucho como una persona despreciable, ¿cierto?
Yo misma sentí culpa. Me descubría en las noches avergonzada por tener este pensamiento, pero es que ya no podía más.
El cuerpo de mi niña era como los pétalos y las hojas que se caen sin más en el otoño. Se desvanecía su vida en mis manos y yo no podía hacer nada, ni siquiera llorar.
¿Cómo podía ser malo que buscara y buscara todas las formas que había en el mundo para que ella sanara?.
«Era un egoísmo blanco», me justifico, porque cuando vi desmoronarse a la persona que más amaba en la vida, sólo pensaba en buscar alternativas, segundas, terceras y ene opiniones.
Buscar incansablemente una luz, una esperanza y aferrarme a ella; pero el piso ya había cedido hace rato, no había de dónde agarrarme.
Entonces, ¿cómo podía sentirme culpable por pedir que muriera?
Mi niña aceptó los tratamientos que los médicos le impusieron. Los terminó con mucha valentía, pero también con mucha presión familiar.
Perdió el cabello, perdió el gusto por la vida, por los aromas que tanto amaba: el del té, de la tierra mojada, del mole que hacía artesanalmente su abuela. Todo empezó a molestarle y yo no sabía cómo ayudarle.
El proceso hacia el final fue jodido con ella, y yo estaba muy encabronada.
Me preguntaba una y otra vez ¿qué mal podía haber causado mi niña al mundo como para que pagara de esa manera?.
No había respuesta…
El final fue peor. En un par de meses su sonrisa se esfumó, se fue junto con sus ganas de vivir. El tratamiento fue devastador. Dejó de caminar, de comer, de ser ella…
Y yo no pude hacer nada, salvo pedir todas las noches que muriera.
Entonces ocurrió… Por supuesto que no estaba preparada, la agonía había iniciado apenas 2 años atrás, pero yo no estaba preparada.
Esa noche sentí cómo su cuerpo se puso tibio, luego frío y al final helado. Sostuve sus manitas hasta que murió. Vi cuando sus ojos se apagaron para siempre, cuando respiró por última vez.
Mi niña había muerto, al fin me habían escuchado, ¿no?. Yo quería que pasara y aun así me sentía sumamente impotente, triste por la muerte que había tenido.
Mi hija merecía una muerte digna y no la tuvo. La detuve sin piedad, le supliqué que luchara, que no me dejara y ¡claro que se quedó!.
La expuse a esos tratamientos tan dolorosos, porque era tan grande el miedo de perderla que no me detuve a pensar que ella ya no quería vivir, no así.
Han pasado tres años de su ausencia y ahora entiendo que ella ya estaba lista hacía tiempo para irse y no lo quise ver.
Hoy creo que todas las personas merecemos morir con dignidad, sin depender de nadie, sin tener que apoyarte en los brazos de alguien más para caminar, sin tener que ver cómo se esfuman nuestros días postrad@s en una cama, usando pañales como un bebé, comiendo alimentos en papilla, sin sabor, sin vida.
¿Ven?, morir y morir con dignidad no es lo mismo. Ahora lo entiendo. Ahora me arrepiento…
DATO: Hace unas semanas, Olga Sánchez Cordero, quien ha sido propuesta por Andrés Manuel López Obrador, virtual Presidente electo, como próxima secretaria de Gobernacion se pronunció a favor de una ley de Voluntad Anticipada en todo el país.
Actualmente, sólo 11 entidades de México cuentan con una ley así: Aguascalientes, Coahuila, Colima, Ciudad de México, Estado de México, Guerrero, Hidalgo, Michoacán, Nayarit y San Luis Potosí. En la capital de país, la ley entró en vigor desde enero de 2008.
La Voluntad Anticipada es la «decisión consciente de una persona para no querer recibir tratamientos o procedimientos médicos que prolonguen su vida cuando ya se encuentra en etapa terminal de una enfermedad o cuando por razones médicas sea imposible mantener su vida de forma natural».