La primera vez que lo hice tenía 19 años, es claro que era cien por ciento inexperta. Toda ingenua.
Me encomendé a todos los santos y vírgenes que conocía para que mis nervios no se notaran, ni mi angustia y, sobre todo, para que «aquello» no fuera tan grande y grueso y no me doliera.
Repito, era mi primera vez y me aterraba no saber lo que pasaría. Mis amigas y mi mamá, ya me habían contado su experiencia; me dijeron que quizá me dolería y que a veces sangrábamos. ¡Pfff!.
Me bañé, quería estar lo más limpia posible, presentable, pues.
Cuando me vio, me recibió con una enorme sonrisa. Eso me dio confianza, pero ni así se me quitaron los nervios.
Entonces comenzó…
Flojita y cooperando
Me desvestí, sólo traía una batita que poco me cubría. Me recosté. Me dijo que me apoyara y abriera mis piernas y bajara lo más posible, casi que mi trasero llegara al filo de la cama.
«Es posible que te duela un poco, pero tú respira y reláaaaajateee», me dijo con voz tranquila.
Recordé mis clases de yoga, y eso de respirar profundo y exhalar despacio, de poner mi mente en blanco y dejar todo en manos del universo. Sí, ajá.
Abrí las piernas, sentí frío. Se ayudó con manos para abrir mis labios y entonces ¡pum!.
¡Ave, María Purísima! Sentí duro, grueso y por segundos se me fue el aire, sin embargo lo recobré enseguida, la molestia de tenerlo adentro no estaba, sólo me ardía un poquito, pero nada que no pudiera soportar.
No dejes para mañana, el papanicolau que te puedes hacer hoy
Les decía, en aquel entonces tenía 19 años. No había tenido relaciones sexuales, peeeeeero mi doctora de cabecera me dijo que ya era momento de realizarme un papanicolaou. Mi mamá la secundó.
Claro que me daba nervio, pero más, pena. Eso de andar enseñando mi genitales a alguien más no me agradaba, aunque fuera a una mujer.
La chica que me lo realizó fue muy amable desde que me vio, les digo que me recibió con una sonrisa. Mis nervios eran evidentes, por eso me dijo que me relajara; qué razón tenía.
Como la entrada de nuestra vagina no está lubricada es normal que quizá duela, lastime o incomode cuando entra el espéculo (aparato que tiene la figura de un pico de pato) al cuello uterino.
La chica metió «el pato», como desde entonces lo llamé, estaba cerrado y ya dentro lo abrió. Eso fue lo que sentí grueso, duro y que me arrebató el aliento.
Jamás había tenido metido algo en mi vagina, así que aquello era nuevo para mí, pero les digo, la incomodidad fue de unos segundos.
La chica me guió siempre. Fue como cerrar los ojos y caminar segura, sin miedo y con plena confianza.
Me aplicó algunos líquidos para realizar las pruebas, entre ellas yodo. Me ardió poquito.
En la pantalla se veía mi cuello uterino, cuando la chica, a través de hisopos, raspaba con cuidado para recolectar suficiente material para las muestras.
Estaba sorprendida de cómo era mi cuerpo, bueno, esa parte de mi cuerpo por dentro. Es maravillosa. Entonces comprendí la importancia de cuidarla.
El examen duró alrededor de 20-25 minutos, pues, además del papanicolau me realizó un exudado vaginal y una colposcopia, que no son más que análisis clínicos para descartar alguna infección de transmisión sexual (que en aquel entonces ni al caso porque yo nada de nada), y para descartar o detectar Virus del Papiloma Humano (VPH), que es el causante del cáncer cérvico-uterino.
Al término del estudio me sentí más tranquila. No me sentía adolorida ni nada. No sangré como algunas amigas me dijeron. Mis resultados los tendrían en dos semanas, por aquello de que los cultivos vaginales tardan un poco más en el análisis patológico.
Desde entonces y desde hace más de 10 años, cada año, como relojito, me realizo exámenes generales y, por supuesto de ley, mi papanicolau, colposcopia y exudado vaginal; un check up femenino, como ahora lo llaman en los laboratorios.
Sí, ya sé que dirán que los estudios son caros, pero les diré, si ustedes hacen una disciplina por cuidar de su salud, pueden ahorrar 300 pesos o más al mes y créanme, al cabo de 6 u 8 meses ya tendrán más que suficiente para sus análisis clínicos.
Reconozcamos que casi siempre gastamos más en tontería y media, ah, pero cuando se trata de nuestra salud ¡cómo nos duele el codo!.
Yo tengo seguro social, pero sabemos que las citas te las dan cada año luz, por ello prefiero asistir a un servicio particular.
Nuestra salud es primero, chulas. No se vayan con aquella falsa promesa de que mi novio, marido, pareja me es fiel, porque esa es la más vieja promesa de campaña.
Jamás, jamás, dejen en manos de su pareja y de su voto de fidelidad, su salud. Nuestra salud depende de nosotras y de nadie más.
Así que si abrimos las piernas para disfrutar de los placeres sexuales, que por cierto nos lo merecemos, hagámozlo también para poder estar sanas, tranquilas y disfrutar y gozar la vida sin preocupaciones.
Explórense, disfrútense y, sobre todo, cuídense siempre.