Giselle Garrido, de 11 años, fue localizada sin vida el domingo pasado, en un baldío, en Ixtapaluca. Fue asesinada.
Días antes de esto, su familia, amig@s y vecin@s de Chimalhuacán, donde vivía la pequeña, realizaron una manifestación para exigir el alto a los secuestros de niñas y de los feminicidios. Hoy, su familia está de luto.
Hoy, también, las familias se recomiendan, nuevamente, que no dejen salir solas a las niñas, a las mujeres, en general, las calles no son seguras… los hogares tampoco.
Yo no tenía 11 años cuando supe que las calles no eran seguras. Tenía 7 años cuando, al ir al mercado con mi madre un señor de unos 50 años se masturbó mientras me veía las piernitas que me asomaban de mi vestido. No dije nada. No supe qué hacer.
Tenía 15 años cuando en el Metro un hombre me agarró el trasero. Me quedé helada. Me dio miedo. Sólo había una señora de edad en el vagón. No dije nada.
Pero fue cuando tenía 25 años cuando en las calles viví lo peor… traía una falda, me encantaba porque me la había regalado mi padre. Eran las 8 de la noche, venía caminando a casa. Mi mamá me esperaba 2 cuadras adelante. Justo unos metros antes, un tipo me agarró con una mano por cuello y la otra mano la metió debajo de mi falda.
Sentí su mano asquerosa en mi entrepierna y cómo metió sus dedos en mi vagina.
Todo ocurrió en segundos. No pude gritar, la llave que me hizo casi me hace desvanecerme. Nadie me ayudó. El tipo salió corriendo como el cobarde que es.
Llegué llorando a mi casa. A bañarme. No quería que nadie me tocara. Odiaba a todos los hombres. A todos.
Ese hombre me arrebató mi seguridad. Esos segundos fueron suficientes para que tuviera miedo cada vez que salía de la casa. Pasaron dos años para que yo pudiera caminar sola por aquella calle donde me atacaron.
Por eso cada vez que una persona comenta que las mujeres exageramos al decir que «nos están matando», me indigno de coraje porque es la verdad.
# LasCallesSonNuestrasYLaNocheTa mbién
De acuerdo con organizaciones civiles, hasta el 28 de enero, se contabilizaban 112 feminicidios en el país. Cuatro diarios en estos 29 días que llevamos del 2019.
No estamos locas. No exageramos. Sí nos están matando, cada vez más escuchamos de secuestros de niñas, de adolescentes. De feminicidios.
No importa la hora ni el lugar, ser mujer en México y, en la mayoría de los países, es sinónimo de peligro.
Es falso eso que quiso decir la semana pasada, Ana Miriam Ferráez, diputada de Morena, cuando propuso que las mujeres no deberíamos de salir después de las 10 de la noche para que no nos maten, como si estar afuera antes de esa hora nos garantizara estar salvo.
Justo veía un comentario en redes sociales donde una compañera feminista decía que los mensajes que más escribía a lo largo del día eran relacionados a dónde estaba y si estaba bien.
Me identifiqué de inmediato porque me di cuenta que, efectivamente, los mensajes que más comparto durante el día son de ese tipo: «ya llegué al trabajo; voy a comer; salgo de la oficina; ya estoy en el Metro; llego en 5 minutos…» bueno, hasta cuando salgo a la tienda, que está al lado de mi casa, aviso.
¿Por qué avisamos las mujeres?. Porque sabemos que podemos no llegar, no regresar. Porque sabemos que, incluso, en nuestras casas no estamos a salvo.
No somos unas comodinas que queremos que vayan por nosotras a la salida del trabajo o a la parada del Metro o del autobús. Es que sabemos que en cualquier momento podemos «desaparecer» y no regresar más.
Esta inseguridad feminicida nos ha obligado a acompañarnos entre nosotras a la salida, y por eso, mi hija de 14 años y yo esperamos hasta que la hermana de Susana, amiguita de mi niña, llegue por ella; a que yo cargue a todos lados gas pimienta, un teaser y un bóxer; a que al salir de casa, de mi trabajo, de donde sea que esté, comparta mi ubicación en vivo con mi pareja o mis familiares.
Un día le dije a una amiga: «cada vez que tomo un Uber comparto el viaje con alguien de mi confianza y, también, una foto mía, para que sepa al menos cómo iba y dónde estaba por última vez», suena cruel, pero es una realidad cruda que sólo las mujeres entendemos.
Nunca sabemos que esa última foto que nos tomamos podría ser la misma con la que después nos estén buscando en carteles… así que, basta ya, no podemos conformarnos con decir «al menos estoy viva», porque vivir así, no es vida.
Porque ya no queremos más mujeres desaparecidas, ni asesinadas. Ni violadas. Ni acosadas. Ni que estén viviendo con miedo de que hoy puede ser su último día.
Queremos justicia para nuestras hermanas desaparecidas y asesinadas. Queremos tener la certeza de que estamos seguras todos los días, a cualquier hora. Siempre.
Ni una más. Ni una menos.
MÁS DE PRIMAVERA VIOLETA.