La única vez que me perdí en el metro de la Ciudad de México fue cuando tenía como 12 años, aunque en realidad yo siempre digo que yo sí sabía donde estaba.
Habíamos ido mi papá y mi hermana a la Feria del Libro, por el metro Isabel la Católica, ya de regreso entramos a esa estación.
Al quedar en medio de dos puertas, yo me fui hacia la derecha y mi papá con mi hermana hacia la izquierda.
Me metí al vagón, pero mi papá al no verme se bajó, se cerraron las puertas y yo les dije adiós con las manos, íbamos a Moctezuma.
En realidad no supe qué hacer, si bajarme en la siguiente estación, o irme hasta Moctezuma, ésto último fue lo que hice.
Mi error fue salirme de la estación, pues en la línea rosa me estaban voceando, pero yo ni en cuenta.
No tenía ni un peso y soy tan penoso que no quise pedir dinero a alguien. Pasaron como dos horas o más, hasta que vi a mi papá pálido y cansado.
Le dije, estuve aquí desde que salí del metro, me fue contando que abajo, en la estación no dejaban de nombrarme, pero pues yo no estaba ahí.
Este recuerdo me vino a la mente a propósito de la alerta sísmica de una mujer que se había extraviado.