Desde que tenía dos años empecé a sentir la música de manera cotidiana en mi vida.
Varios instrumentos rotos durante mi niñez y una inevitable cercanía con este bello Arte, se volvieron tan cotidianos en mi existencia.
Ahora no logro concebir un día sin escuchar alguna propuesta musical novedosa.
O bien, algunas de las canciones que me han marcado a lo largo de tres décadas de vida.
Durante su juventud, mi papá trabajó profesionalmente en un grupo tropical llamado Son Caleño, del cual guardo gratas experiencias tanto por las vivencias que tuve junto a él y a los peculiares integrantes que lo conformaban.
Pero, como suele pasar en esta vida, la fama que en algún momento los llevó a lugares insospechados, como la radio o la televisión, también los llevó a los escenarios de reconocidos arrabales de la ciudad, que a final de cuentas, también son parte del show que hay que conocer en ese ambiente.
Ahí descubrió y descubrí los grandes contrastes que produce ese tipo de vida.
Mientras en algunos lugares se reconoce el trabajo de los artistas con aplausos, en otros se les desprecia de tal manera que les hacen dudar si van por el camino correcto, sin saber el esfuerzo que conlleva el formular un proyecto laboral con una materia prima que podría definirse como “intangible”, puesto que lo que hacen sólo es audible y capaz de hacerte sentir diversas sensaciones (en ciertos casos) si el respetable público se encuentra en armonía con lo que está escuchando. Pero nada más.
La música no se come, no se toca y tampoco se puede pedir para llevar…¿o sí?
Desde la llegada del famoso walkman en 1981, los seres humanos hemos tenido la oportunidad de desvincularnos de nuestro entorno con tan sólo colocarnos unos auriculares y tener a la mano alguna cinta o disco compacto de aquellas canciones que nos hacen olvidarnos de nuestra realidad.
Sobra decir que no importa el género de tu elección, cualquiera opción es buena si lo que buscas es escapar de tu realidad.
Sin embargo, ha sido tanta la invasión de esta actividad cultural que ahora genera más “ruido” en nuestra cotidianidad y escapa de ser una válvula de escape.
Oímos solamente, y tristemente, estamos perdiendo la capacidad de escuchar lo que llega a nuestra mente.
¿Qué hacer ante esta situación? Tratar de poner atención a lo que estamos escuchando en nuestros recorridos cotidianos. No sólo en cuestiones artísticas, sino en lo que nos sucede día a día.
El trinar de los pájaros, el sonido de la lluvia, los ladridos de los perros, las sonrisas de los niños, incluso el ruido de los autos en una avenida.
Cosas tan cotidianas que, desgraciadamente, hemos hecho parte de nuestro soundtrack rutinario, como las canciones de spotify, youtube, o la que descargamos en nuestros dispositivos móviles.
Una especie de música ambiental que compartimos con la música de los artistas que nos gustan, que a su vez compiten con las propuestas de los nuevos artistas que se escuchan en la radio.
¿Quién ganará la batalla de los sonidos que escuchamos por gusto o por necesidad?
Por si no lo viste: Bon vivant, ¿todavía existen?