Los hombres no lloran, porque son machos y nada les duele.
Esta frase pareciera que se encuentra escrita con tinta china en la mente de los hombres de muchas generaciones.
Desde que tenemos uso de razón, a los varones se nos impide expresar nuestros sentimientos (al menos, los que nos pueden hacer vulnerables frente a los demás) para evitar la vergüenza de dejar en ridículo a nuestros familiares con algún desplante “afeminado”, como llorar o expresar otro tipo de sentimientos.
Los argumentos para evitar estos bochornosos momentos son ampliamente conocidos, entre los que tenemos joyas como: tienes que ser un pilar fuerte en la familia para ver por los demás; tú no debes pedir ni perdón ni ayuda, eso sólo lo hacen los débiles…o las niñas.
Pero (siempre hay un pero), con el paso de los años nos vamos dando cuenta que la idea de “no lloro porque soy hombre” es sólo una frase trillada que no va acorde con la realidad.
Un ejemplo de ello es cuando entramos en situaciones de “quiebre” en donde no queda otra opción que sacar todo lo que traes dentro para evitar una crisis más profunda con nosotros mismos.
Es ahí donde descubrimos que desahogarse no es tan malo como nos lo han hecho creer.
El problema es que llegamos a otros extremos que nos permiten sacar todas esas emociones.
Algunas veces con alcohol, otras con delirios de ser unos “sementales”, y otras más graves, en las que se llega a atentar contra nuestra propia vida “aparentando” que estamos jugando.
Entender que somos seres humanos que necesitan procesar diversas emociones no siempre es sencillo.
Pero, cuando descubres que el confrontar tus sentimientos con lo que vives cotidianamente suele ayudarte a ordenar ideas, a poner en su justa proporción los conflictos que puedas atravesar en tus actividades cotidianas, y a encontrar soluciones a la mayoría abre nuevos panoramas en tu vida, la cosa va cambiando.
Muchos hemos enfrentado situaciones de este tipo, y pareciera que en la mayoría de los casos la reacción lógica a seguir es encerrarnos en nuestras cavilaciones, pensar que hemos hablado más de lo debido y disciplinarnos (o martirizarnos, según sea el caso) para no cometer el mismo error.
De esta forma, evitamos contar nuestros problemas a los demás (incluso a nuestro círculo más cercano de amigos o familiares) y nos guardamos todo lo que nos pasa, generando una especie de “olla exprés emocional” que, si no es liberada a tiempo, puede traer desastrosos resultados.
Déjame llorar…
El reconocido psiquiatra Luis Rojas-Marcos asegura que desahogarse es bueno, “ya que como la propia palabra indica ayuda a dejar de ahogarse”.
El también Doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de Bilbao y en Ciencias Médicas por la Universidad del Estado de Nueva York, especializado en psiquiatría en el Hospital Bellevue y la Universidad de Nueva York, enfatiza que “las cosas que se quedan dentro de nosotros nos asfixian y terminan haciéndonos daño, tanto física como emocionalmente. En cambio, cuando somos capaces de sacarlas, nos sentimos liberados al quitarnos un peso de encima”.
Es por eso que hablar de nuestros conflictos con alguien de nuestra total confianza puede resultar una buena estrategia para desahogarnos (preferentemente sin ninguna bebida etílica de por medio), ya que nos ayuda a quitar presiones, y en la mayoría de los casos, nos permite que seamos nosotros mismos quienes logremos encontrar las soluciones indicadas de los problemas que compartimos.
De ahí la importancia de no intentar desahogar con la primera persona que se cruce en nuestro camino.
Cuando queremos liberar nuestras penas, pensamos en aquellos con quienes tenemos más confianza: amigos, familiares, compañeros de trabajo, o aquellas personas que creemos que nos conocen bien y que podrían comprender lo que estamos viviendo.
Por desgracia, muchas veces son las personas menos indicadas a las que debemos acudir, ya que en mayor o menor medida, pueden estar involucradas en aquellas vivencias que vamos a contar, por lo que resulta probable que exista una reacción involuntaria de enojo, tristeza o incomodidad a nuestra “crisis emocional”.
“Oye, tranquilo viejo”.
Finalmente, si lo que queremos es simplemente sacar todo lo que nos carcome las entrañas es bueno avisar a la otra persona lo que estamos haciendo para evitar angustias y malos entendidos.
Además, esto nos permite darles la oportunidad de tener una versión parcial de una historia con varias versiones, pues no debemos olvidar que un buen desahogo no está exento de alguna exageración o malestar de nuestra parte, o incluso, estar definida por otros sentimientos más desagradables.
Tampoco es bueno tomar a una persona como tu pañuelo de lágrimas permanente, pues aunque haya una buena intención de apoyar al prójimo, el convertirse en “el hombro donde lloran los demás” puede terminar por afectar una buena amistad.
Quizás en este caso sí sea permitido el uso del alcohol…pero sólo como un pretexto para sacar las cosas que te agobian sin sentir que “estás faltando a tu hombría” por demostrar que eres un ser humano con sentimientos como todos los que te rodean, y menos, si escuchas a José Alfredo Jiménez en algún rincón de una cantina.
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