Se dio a conocer que el músico Armando Vega Gil, integrante del grupo musical Botellita de Jerez, se había suicidado.
La noticia corrió como pólvora pues días antes se le había señalado a través del movimiento #MeToo de acoso sexual a una menor de 13 años.
Este suceso, que se convirtió en tendencia en redes sociales, fue tema de conversación, ya que el músico dejó una carta en su cuenta de Twitter, donde expresó que no veía, para él, otra salida más que suicidarse, y pese a que al final de la carta exhorta que no se culpe a nadie de su muerte, sucedió todo lo contrario, pues de inmediato las reacciones de su suicidio crecieron como espuma.
Por supuesto que abundaron los comentarios, de hombres y sí, también de mujeres, que culparon al movimiento de #MeToo, a las mujeres y al feminismo, en general.
«¿Ya están contentas con lo que lograron?», decía un hombre en Twitter. «Esto es lo que provocan con su feminismo radical, donde nos hacen quedar como sus enemigos», anotó otro cibernauta. «Esta muerte es su culpa», señalaba alguien más.
Cuando leía y leía estos comentarios, además de las opiniones de mi pareja y de mis amigos que me buscaron para «saber mi postura como feminista», sentí todo su recentimiento, su «ya ves lo que hicieron». Sí, culpa, le llaman.
La culpa es la mejor arma contra las mujeres, solía decirme mi madre. Y sí, justo eso fue lo que pasó. Se empezó a culpar a las mujeres, a la chica que denunció a Armando Vega Gil, a #MeToo y a todo lo que oliera a feminismo.
Si antes hubo alguien que dudaba de la veracidad del acoso sexual hacia la menor, ahora ya no cabía duda: era una mentira y lo era porque Armando Vega Gil se había suicidado.
Me senté a llorar. Lloré mucho, de rabia, de indignación, de impotencia, de tristeza, porque no son suficientes 10 feminicidios al día en México ni que el 80% de las mujeres haya sido sujeta de algún tipo de agresión o violencia a lo largo de su vida ni que el 90% de los asesinos de mujeres sean hombres. Ninguna de esas terribles realidades son suficientes para que nos crean, en cambio, bastó el suicidio de UN hombre para que toda la lucha que se ha hecho se desestimara de un jalón.
Los expertos, hombres, claro, en justicia, en derecho, comenzaron a exigir que las denuncias fueran acompañadas de pruebas y testigos para que se consideraran reales. Se atrevieron a decir que seguramente la mayoría de los casos que se ventilaron en #MeToo eran de mujeres «ardidas, putas, locas, mal cogidas, exes despechadas». Alguien más comentó que si no denunciábamos cuando pasó el abuso, después ya no contaba.
Entonces comencé a preguntarme «por qué no denunciamos ante las autoridades» y enseguida vino mi respuesta…
No denuncié
Tenía 8 años. Mi mamá me dejó encargada con una vecina, no podía llevarme porque iba al médico con mi hermanito que estaba enfermo.
La vecina era de confianza. Ya nos había dejado otras veces. Aquella vez, mi vecina salió al mercado, me dejó «a cargo» de su hijo mayor, Juan Carlos, de 16 años. Entonces pasó…
Se me acercó y me dijo que íbamos a jugar. Mi madre ya había hablado conmigo sobre el cuerpo, la menstruación y esas «cosas de mujeres».
Yo supe que Juan Carlos no quería jugar, pero yo tenía 8 años, era bajita y pesaba 40 kilos, en cambio él, me superaba en peso y estaura.
Me obligó a tocarlo, a hacerle sexo oral, «hazle como si fuera una paleta», me dijo. Sentí asco, quería vomitar y me retiraba, pero él me sujetaba del cabello y me empujaba hacia su pene.
Luego, metió sus dedos en mi vagina. Con la otra mano, me tapó la boca para que no gritara. No me penetró, supongo que creyó que mi madre se daría cuenta. Me tocó mis pechos, mi cuerpo y al final, me amenazó con hacerle daño a mis hermanos si yo decía algo.
¿Y qué creen? No dije nada. No denuncié.
Mi madre vino por mí y yo me quedé callada. Tenía 8 años y nadie supo de ese abuso sexual. Nadie… hasta hoy que lo comparto.
Ahí estaba mi respuesta a la pregunta «por qué no denunciamos».
Pues, miren, les contaré. Cuando pasó aquello no dije nada, pero llegué a mi casa e inmediatamente me fui al baño. Me limpié tantas veces la vagina que me quedó ardiendo. Ni se diga de las manos, quería quitarme ese olor. Sí, el de su pene. Me cepillé los dientes hasta que me sangré las encías. No quería comer. Tenía asco.
Me contuve mucho para no llorar. Lo hice hasta la noche y lloré mucho, sin hacer ruido, pero lloré tanto como pocas veces lo he hecho.
Quería ¿morirme?, sí.
De aquello ya pasaron muchísimos años y bueno, supongo que como están las cosas y dados sus argumentos, lo que me pasó ya caducó. Ya fue. No vale. No pasó. Es más, no existió.
No denunciamos por vergüenza. No denunciamos por miedo. No denunciamos por culpa. No denunciamos porque no nos van a creer. No denunciamos porque no sabemos a dónde hacerlo. No denunciamos porque nos van a señalar.
Pero resulta que cuando denunciamos, cuando alzamos la voz, cuando vamos al Ministerio Público, cuando acusamos al jefe o al compañero de trabajo acosador, al que nos hostiga en el transporte, al que nos manda fotos sexuales NO PEDIDAS en redes, no nos creen.
Nunca nos creen. Nos piden pruebas y no las tenemos. Y cómo tenerlas…
Una vez un tipo decidió eyacular en mi bolsa. Me la ensució toda. Cuando fui a denunciar al MP me respondieron: «no parece ‘eso’ (semen), señorita».
«¿Y si mejor lo limpia?, se va a tardar menos que si se queda a levantar el acta», me «aconsejó» un policía. Una secretaria, de las que redactan las declaraciones comentó: «Lo bueno es que no le cayó en su ropa».
No pasó nada. No castigaron al tipo que lo hizo, que por cierto tenía cara de «pobre inocente».
En otra ocasión, un señor creyó divertido agarrarme las nalgas. Ahí me tienen oootra vez al Ministerio Público para denunciar. Tardé 6 horas en ser atendida y lo único que logré fue que el agente del MP me preguntara cuántas parejas sexuales había tenido, si tenía hij@s, en qué trabajaba, mi estado civil, por qué estaba a esa hora en la calle (10:00 pm) y para rematar, me escaneó de arriba a abajo.
Al detenido sólo le preguntó si había bebido o consumido alguna droga, como para «justificar» su acto. Le puso una multa de 2 mil 500 pesos, que pagó en ese instante y un «pórtese bien con las ‘damitas'», y yo me quedé otra vez sin justicia.
Otro caso. Cuando un estúpido hombre me metió la mano debajo de mi falda mientras caminaba creen que denuncié, pues sí lo hice y la respuesta fue peor: «¿qué no se fijó que el tipo venía detrás de usted?, debió gritar».
¿Lo ven? Yo he denunciado muchas veces, he hecho lo que estipulan y alientan las autoridades, he hecho lo que le llaman, correcto; aun con la rabia, el miedo, el asco he denunciado y de qué ha servido, no me han creído. No castigaron a nadie. No he obtenido justicia.
Entonces, qué pruebas podemos presentar ante el MP para que nuestro testimonio sea verídico, ¿debemos llevar fotos, videos, testigos, audios?.
¿Qué debe hacer una mujer, sin importar su edad, cuando es violada?, por ejemplo.
Ah, sí, según su lógica, debe ir con la vagina y el ano desgarrados, sangrando, de preferencia con la ropa hecha jirones, con moretones en los muslos, en las muñecas, sangre en la entrepierna, pero qué creen aun así no hay justicia.
La joven de 18 años que fue violada brutalmente por 5 hombres en San Fermín, en España llegó así al hospital. Los médicos certificaron que había sido violada, llevó a juicio a sus violadores, quienes grabaron lo sucedido y lo viralizaron.
Aun con todas esas pruebas ¿saben qué pasó? Que esos chicos fueron juzgados por abuso sexual y no por violación, porque a razón del juez, en el video, la joven no se ve aterrorizada, «más bien excitada, ‘no se gritaste'», le reclamó el juez.
Los tipos ya están libres y ella no obtuvo justicia, pese a que hizo lo que ustedes, hombres, tanto exijen: denunciar. Lo mismo pasó con los Porkys, en Veracruz.
Ahí tienen su sistema de justicia que tanto protege a las mujeres.
¿Cuántas de las personas que hoy gritan y exigen que no debe haber denuncias anónimas, que haya pruebas y testigos han sido acosadas o violadas? ¿Cuántas han denunciado ante las autoridades? ¿Cuántas han esperado 6, 8, 10 horas para rendir su declaración? para que al final les digan «no procede por falta de pruebas».
Es muy fácil decir «¿por qué no denuniste, por qué te callaste?» Es muy fácil juzgar a la esposa golpeada y decirle «no denuncias porque te gusta que te peguen».
Qué fácil es juzgar desde la comodidad de su apatía machista, donde repiten el clásico «no todos los hombres son iguales».
Ahorita se indignan porque UN hombre DECIDIÓ suicidarse, pero no los veo indignados cuando son testigos de un acoso sexual, cuando le chiflan a una mujer, cuando hacen chistes machistas y se ríen, cuando sus amigos les pasan nudes o memes misoginos, cuando buscan pornografía de mujeres sodomizadas por hombres y se masturban viendo esas imágenes humillantes que tanto los excitan o cuando aun teniendo esposa, novia andan mandándose fotos con otras chicas.
Es una doble moral, ¿no les parece? No miden con la misma vara con la que castigan y juzgan a las mujeres.