Hasta el pasado 19 de septiembre del 2017, mi única relación con un terremoto era que, a causa de dicho fenómeno, yo no tenía fotos de mi bautizo, pues recibí el sacramento en una misa masiva sin ropón nuevo, pero al calor de mi familia que estaba agradecía de estar juntos y vivos.
Sin embargo, hace un año en carne propia viví la desesperación de no poder salir del edificio mientras temblaba, pero mi mente siempre estuvo con mi hijo.
Como en una película de ciencia ficción, cuando llegamos a las escaleras de emergencia la caída de cemento del techo nos hizo retroceder.
Al llegar a una de las puertas que se abre con huellas digitales, el sistema no funcionaba y no pudimos salir. Lo único que pudimos hacer fue replegarnos a la pared.
Del otro lado de la ciudad a mi hijo también solo le quedó replegarse a la pared. Pero a diferencia de mi actuar, al pasar el incidente, las maestras me felicitaron por la resiliencia que mostró mi pequeño pero gran cachorro.
Repetía las indicaciones de las maestras y ayudaba a otros a que las siguieran. No lloró, no gritó, no empujó, no se desesperó…
Regresando al 19S. Ese día de inmediato la sociedad se empezó a mover para ayudar y yo quise ser una de ellas, pero mi hijo no me lo permitió.
Era inevitable que los hijos vieran o escucharan algo relacionado con la situación que se vivía y sobre todo de la necesidad de apoyar a quienes estaban atrapados en los escombros o perdieron sus casas.
Fue ese mismo día cuando en la noche quise salir a la tienda cuando mi hijo estalló diciendo, ¡a dónde vas!, no salgas, tú lo que quieres es ir ayudar a los atrapados…
Creo que todo lo que no puedo expresar durante el temblor, esa noche brotaba en lágrimas, en gritos.
En ese momento lo abrasé y supe que mi lugar y mi batalla estaba en mi casa, que podía investigar cómo enviar ayuda a los lugares que más lo necesitaban, y así lo hice.
Posterior al temblor, trabajé en casa pues todo estaba frenado menos mi labor como mamá.
Una tarde mientras mi hijo jugaba con su primo de hermosos risos, escuché que le decía, ¡primo vamos a jugar a la alerta sísmica!
El juego se trataba de que uno de ellos iniciara gritando ¡alerta sísmica, alerta sísmica!, y le seguía el que realizaran una especie de simulacro donde uno de ellos daba las indicaciones para replegarse a la pared.
Me dio risa, pero también me dio la tranquilidad saber que mi hijo ha desarrollado la habilidad de responder ante situaciones de crisis y que ante un hecho similar sabrá cómo actuar.
Deseo que este día sea de reflexión, donde valoremos la vida y a los nuestros. También hay que voltear de nuevo a ver a quienes lo perdieron todo y a la fecha no han recuperado su patrimonio, hay que regresar a ayudar y lo podemos hacer en compañía de nuestros hijos, quienes a la vez estarían aprendiendo a servir.
Te invito a que me cuentes en la parte de comentarios, cómo fue tu experiencia y juntos hablemos del tema que aún muchos requerimos desahogar.
Recuerden que todo lo que les platico, es la historia de una amiga de mi amiga que también es mamá.
Nos vemos el próximo miércoles de plaza y de #MamáReportera.